Sáhara

Amanece el día en Asilah.

Me levanto perezosamente y pienso en el viaje futuro, que ha dejado de ser futuro para ser presente. Ha llegado el momento; el viaje tan largamente esperado y planeado ha empezado.

Estoy en Asilah desde la noche anterior. Es el punto de reunión con Alberto y Alex, que deberían llegar pronto, a mediodía, según mis cálculos todavía europeos. Pero el mediodía pasa, y Alberto y Alex no aparecen.

Es curioso como cambia la percepción del tiempo, pero en África y con un viaje de más de 10000 km por delante, unas horas de espera no son importantes. Adopto, sencillamente, la actitud de los lugareños: sentarse, pedirse un té a la menta y esperar… esperar… esperar…

Finalmente, después de algún que otro litro de té a la menta y 5 horas más tarde, dos Africas petardean por el final de la calle.


Después de sinceros abrazos de bienvenida y de una comida (que no recomiendo a nadie) en Casa García, partimos hacía el sur.

(Casa García!! Solo a mi se me ocurre comer en un restaurante español el primer día en Marruecos…)

Los primeros días son una sucesión interminable de kilómetros. Estamos frescos y descansados, y nuestra intención inicial es llegar y atravesar lo antes posible Mauritania, para poder disfrutar más tranquilamente la parte final del recorrido. Con esa intención nos despertamos temprano cada día, desayunamos rápidamente y conducimos hasta la puesta de sol… y un poco más.

Por las motos no nos hemos de preocupar. El servicio de vigilancia de algunos hoteles es simplemente espectacular, con porra, prismáticos de campaña de bazar chino y sable de hoja oxidada.


En dos días llegamos a Tan-tan, donde el Sahara ya no nos abandonará hasta la entrada en Mali. Los paisajes son espectaculares: con una sucesión de llanuras de arena dura, dunas doradas y extrañas formaciones rocosas, el desierto se muestra en todo su esplendor. Conducir la moto durante kilómetros y kilómetros de inhóspitos paisajes ya es suficiente razón para realizar este viaje.


En el viaje de regreso, semanas más tarde, el desierto nos enseñará los dientes: “os aviso, puedo ser terrible”.

Dos días de fuertes vientos harán que la conducción sea incomoda, con la moto de lado, arena en la cara, arena en los ojos. Las dunas invadirán la carretera, obligándonos a esquivarlas cuando se puede, o a transitar sobre ellas cuando ya no ha quedado ni un trozo de asfalto libre.

“Os aviso, puedo ser terrible. Mis vientos pueden ser infinitamente más fuertes, mi arena os puede golpear mucho más duramente; os permito que me conozcáis, pero no penséis que me domináis ni que me controláis. Como el mar, como la montaña, como la naturaleza”.



Pero bueno, eso será a la subida y, mientras tanto, nosotros seguimos rumbo al sur. Los días de bajada son apacibles, hemos dejado atrás la lluvia de Marruecos, y al final de la cuarta jornada, y después de más de 2000 km, nos hallamos ante la frontera con Mauritania.


Después de los engorrosos trámites burocráticos para salir de Marruecos nos queda cruzar los pocos kilómetros que nos separan de la frontera de entrada a Mauritania.

Solo hay un pero: son pocos kilómetros, pero están repletos de minas anti-persona!! Aunque según nos han informado, el poco peso de las motos no las hace explotar. Un pobre consuelo.

Al final, cruzamos siguiendo los coches que (aparentemente) conocen el camino y en pocos minutos alcanzamos la frontera mauritana, superamos sus trámites y damos con nuestros huesos en Nouadhibou, donde hacemos noche.

El policía aduanero pretendía sacarse un sobresueldo con nosotros:
Dadme 3000 Ouguiyas (8 €) cada uno.
¿Por qué?
Por el sello.
Pues no te los damos.
Pues me quedo vuestros pasaportes.
Pues vamos a llamar al Cónsul.
Vale, vale... (sello)

A la vuelta, en la entrada a Mauritania desde Mali, en la frontera de Nioro du Sahel, sería aún más divertido:
Dadme 3000 Ouguiyas (8 €) cada uno.
Pues no.
Pues me quedo vuestros pasaportes.
Pues nos vamos a dormir afuera. Cuando te canses, avisa.
(cara de poker) Vale, vale... (sello)

La experiencia, es lo que tiene.




No hay comentarios: