Nioro du Sahel, otra realidad de África

Nioro, ciudad fronteriza en nuestra ruta a Bamako. No tiene nada de particular, es más bien incómoda y fea, pero las anécdotas vividas en ella me merecen un capítulo aparte.

He llegado al exterior del bar donde he comprado unas cervezas y me he dado cuenta de que me deben dinero; me he dado la vuelta y de nuevo he pasado entre las putas y los borrachos.

Detrás de la barra, la vieja camarera sonríe al verme; una sonrisa que deja ver su boca desdentada. Una quemadura que le cruza el brazo, multitud de viejas heridas que le marcan la cara y una desastrada cabellera acaban de darle la imagen de una espantosa madame.

Le reclamo mi dinero y me lo devuelve con sorprendente facilidad. Así que todos mis temores eran infundados.

Cojo los francos cefas que me faltaban y las cervezas y vuelo a encontrarme con Alberto, que se ha quedado cenando en el puesto callejero.

* * * * *

Mientras nos tomamos las cervezas, un negro se nos acerca y nos da conversación. Negro de piel, negro de pelo, amarillos los dientes.
-      …porque yo, soy blanco - nos revela, pasándose el dedo índice suavemente por su brazo y convencido de que su piel es blanca.

Alberto y yo no podemos aguantarnos las carcajadas. Y él sigue:
-      Porque yo, soy blanco.
-      Es verdad. – le contesta Alberto, señalando los niños negros que nos acompañan – No te juntes con esos, que son negros.
-      Soy un diamante. Porque yo… soy blanco.

A estas alturas, las carcajadas no eran sólo nuestras, sino de todos los que nos rodeaban.

Desde ese momento, dejamos de tener claro si nosotros éramos blancos o negros.

* * * * *

En el viaje de vuelta, días después, volveremos a Nioro y volveremos al bar. Entraremos directamente a por cervezas y la madame me saludará con un gesto y una sonrisa de reconocimiento.

Para que negarlo. Podría decir que vamos al burdel del pueblo porque es el único sitio en el que poder tomarse una cerveza fresquita. Y sería cierto.

Pero también es verdad es que me gusta conocer los lugares a los que voy, pasear por mercados abarrotados, viajar en camiones, mezclarme con la gente; ir a sus tiendas, a sus puestos de venta callejera, a sus bares… y, si ahí es a donde me lleva la causalidad, a sus burdeles. Otra cosa, obviamente, es que utilice sus servicios (y no me refiero a sus lavabos).

Esta vez nos sentaremos en la oscuridad de la terraza, observando el ambiente canalla.

La clientela del bar nos dice que no nos preocupemos por nuestra seguridad, que hay un militar entre nosotros. En cualquier caso, no estamos en absoluto preocupados.

Y efectivamente, un militar, completamente borracho, perdiendo un cigarro a cada paso, se acerca a saludarnos y a ofrecernos marihuana. Rechazamos el amable ofrecimiento.

También pasan las putas a saludarnos, esperando dos clientes blancos. Sobran descripciones; quien quiera verlas, que vaya a Nioro. Rechazamos de nuevo la nada tentadora oferta.

Cuando entro a por dos nuevas cervezas, la madame intenta convencerme de que me vaya a dormir con su amiga, una ajada cuarentona de aspecto repulsivo (y más repulsivo aún para compartir cama y escarceos). “Y haremos el fok-fok”, me dicen riendo, como si me estuvieran ofreciendo probar la gran experiencia de mi vida.

Otros hombres, anónimos en la oscuridad, esperan que la joven elegida pase a llevárselos de la mano detrás de una tapia, de donde reaparecen al cabo de unos minutos, suponemos que bien desahogados.

Esto es Nioro, otra realidad de África. 



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