Djenné. Y, de camino, la mejor pista.

Para desayunar, café con leche acompañado de pan y mantequilla caseros. Nos invita el dueño del albergue, ya que la noche anterior nosotros le invitamos a una cerveza.

Y salimos dispuestos a acabar nuestra aventura en el País Dogón.

Cogemos una ancha pista que nos llevará a Koro, ciudad fronteriza a tocar de Burkina Faso. 40 km de arena, con autobuses y camiones que no se detienen por no quedarse atrapados, con viejas Mobilettes adelantándonos por la izquierda y la derecha… con más caídas.


En realidad, yo creo que ni me caigo. Estoy tan cansado de intentar conducir recto por la arena, de levantar la moto del suelo, que cada vez que me desequilibro un poco, incapaz de esforzarme, salto y dejo que la moto vaya a donde le apetezca. Estoy harto de arena, de caerme y de calor. Estoy jodido, pero contento.


Llegamos a Koro, y de ahí a Bankass, otro típico poblado dogón, por una pista destartalada de 40 km con inmensos baches en los que cabe la moto entera. Saltando como pulgas, unas veces se levanta la rueda delantera y otras es la trasera la que se separa unos buenos palmos del suelo.


Y de Bankass, evitando la pista buena, cogemos una más destartalada que nos llevará a Somadougou, en la carretera principal que une Mopti (Mopti! Fiesta!!) con Bamako.


Una pista de arena dura que nos permitirá acelerar a tope, revolucionar la moto y devorar los kilómetros a toda velocidad, la rueda trasera derrapando sobre el terreno y la moto culeando. El tramo final, de arena y gravilla suelta, lo recorremos velozmente, disfrutando como enanos los mejores 20 km de pista de todo el viaje.


Llegamos a Somadougou y paramos a refrescarnos. Y casi me olvido, pero entre tres le metieron a un tío una somanta de palos, con puñetazos y golpes de vara en la espalda… que daba miedo. Parece ser que pretendía irse sin pagar. Lo que muestra que en África, como aquí, hay ceporros que intentan hacer de la violencia su estandarte. Hay gente que no evoluciona nunca.

En Mopti pasamos por el banco a cambiar euros por cefas, que se nos han acabado. Entramos y nos dirigimos a una de las dos cajas. Esperamos pacientemente e incluso dejamos que se nos cuelen, ante la duda de si iban delante o detrás de nosotros, y a sabiendas de que somos dos cuerpos extraños en un mundo rutinario. Y cuando al final nos plantamos ante la caja, billete de 50 € en mano, el impresentable de la ventanilla la cierra en nuestras mismas narices diciéndonos que vayamos a la de enfrente.

Y el de la ventanilla de enfrente nos dice que vayamos a la anterior. Y el otro a la uno, y el uno a la dos. Y yo me cabreo, que no puedo más, y les digo a todos, voz en grito, que son unos gilipollas (especialmente tú, el de la ventanilla dos).
-      Ya verás – le digo a Alberto – como no funcione el cajero…

Y, efectivamente, el cajero no funciona.

Pero yo no puedo dar ya marcha atrás, y ya he empezado a gritar y no pienso parar. Hasta que, al final, el director de la oficina accede a darnos cambio.

Contentos como unas pascuas, y con cefas frescos en nuestros bolsillos, salimos de nuevo dirección a Djenné.


Llegamos a Djenné al atardecer, la primera ciudad con turistas blancos que vemos en todo el viaje. Cruzamos en el ferry y dedicamos el resto del día a buscar albergue.





 Y la mañana siguiente visitaremos el pueblo y su típica mezquita.




Al acabar nos acercamos al embarcadero a esperar el ferry. Estoicos ante los insistentes vendedores de baratijas que nos abordan, preguntamos la hora de llegada.

Pero… por favor!! ¿Cómo puedes preguntar, a estas alturas, por la hora de llegada?

-      Vendrá cuando esté lleno.

Pues claro, deberíamos haberlo sabido.

Y dispuestos a probar todas las emociones que este mágico continente pueda darnos, Alberto consigue que nos carguen las motos en una barcaza y cruzamos el Níger. C’est l’Afrique; ya sabes: a grandes males, grandes remedios.





Llegamos a la otra ribera, recorremos 500 km más (los primeros kilómetros del viaje de vuelta a casa) y nos zambullimos en la piscina del campamento donde Alex nos espera impaciente.

Al día siguiente montamos en las motos y emprendemos el camino de regreso de un viaje que ha sido más emocionante, más intenso, más auténtico de lo que creía. Pero releo lo escrito y veo que ha valido la pena, que he aprendido, que he vivido, que he sentido, que quiero volver a África.

Un abrazo, bereberes.







4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola campeón, somos Marie y Quim...quien te diría que aquel Marruecos te iba a llevar tan lejos... te envidiamos sanamente... Y ahora que Marruecos queda cerca, AHORA QUE? Sería un placer una cerveza compartida, o dos... y hablar de lo ancho y largo de este mundo. Si no es posible vernos, deseamos que el 2011 te lleve mas lejos.

frankiruli dijo...

Quim y Mariela! Mola!!!

Justo fue ese Marruecos el que me ha traído aquí... jeje

Ya pienso en vosotros, ya: cuántas veces habrá bajado Quim a marruecos? ¿11? ¿17?

Me encantaría echarme dos, o tres cervezas con vosotros. Pero os sitúo en Cadaqués, no?

Si bajáis a BCN me pegáis el toke. Si subo yo, os aviso. Y si váis a Marruecos (o más abajo), me apunto.

Un abrazo bien fuerte.

Unknown dijo...

Años después de vuestra aventura... sigue emocionando y animando a descubrir África, que lo sepais!!! hehehe

frankiruli dijo...

Pues ya ves, Julio. A mi me animó tanto que en cuanto puedo, me vuelvo a bajar :))